Hace poco más de veinticuatro horas tuve mi primer contacto directo con la violencia en el país. Fue un asalto. Sin fuerza, pero con intimidación. No hubo violencia física, pero sí psicológica. Lo que me sorprendió fue, después del shock y la frustración inicial, fueron mis reacciones.
Antes de dormir, pasé horas pensando en el evento y en si podría haber hecho algo (además de no volver a casa tan tarde) para evitarlo. Y una parte de mí no dejaba de pensar en que si hubiera tenido un cuchillo, o una pistola, los habría mantenido lejos.
Hasta después caí en la cuenta de que estaba dejándome envolver por la misma trampa en la que está atrapada al menos parte de la sociedad estadounidense: la creencia de que el único recurso contra la fuerza es la propia fuerza, de que la única defensa es el ataque. Me tocó descubrir, en carne propia, que la violencia es enormemente contagiosa. Ahí estaba yo, acostado en mi cama, habiendo creído totalmente en la bondad humana durante toda mi vida, pensando en que si hubiera tenido una pistola, les habría disparado.
En una guerra así, uno siempre pierde. Tal vez en un asalto sí pudiera mantener lejos a los asaltantes, pero de ahí, ¿Cuánto tiempo a que ellos también se armaran? Sin duda, poco. Y tendrían mejores armas que uno y estarían por lo menos igual de dispuestos a utilizarlas. Entonces, uno compraría armas más poderosas, y tendría los nervios a flor de piel y el gatillo fácil, y ellos se volverían aún más radicales y…
No, no debe ser así. La violencia crea miedo y el miedo crea más violencia, y la solución no es aumentar la fuerza del huracán. El problema no puede resolverse con que cualquiera tenga la posibilidad de causar daño, sino con que nadie tenga la necesidad de hacerlo. Los chicos que me asaltaron son producto de una sociedad enferma, y su enfermedad se llama desigualdad, ignorancia y violencia. Se imponen mediante la fuerza porque viven en un mundo en que la fuerza es lo único que importa. El detenerlos mediante la fuerza puede ser una victoria momentánea, que tal vez me habría permitido conservar mi mochila, pero sería una derrota a largo plazo para la sociedad, pues ayudaría a extender la idea de que sólo la fuerza manda.
Y no debe ser así.
En un juego de simulación en internet, soy presidente de un país y decido su política. Aquí abajo, una traducción de un párrafo de la descripción de mi país:
«[En este país] el crimen es totalmente desconocido, gracias a una gran presencia policíaca y políticas sociales progresistas en Educación y Bienestar»
Esa es la respuesta, y no armarse. Sólo espero conseguir recordarlo todas las veces que hagan falta.
(Estoy escuchando Color Esperanza, de Diego Torres, por cierto)